lunes, 15 de octubre de 2012

Correr por los campos

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Solo. Con la lluvia amenazando mi cabeza, seguía caminando. Cada cierto tiempo me detenía y analizaba las nubes -lloverá en cualquier momento- decía y masticaba una vez más el camino. A veces sentía en mi cuerpo los ladridos de un un perro o creía distinguir en el horizonte la silueta de un caballo y su jinete, pero nunca llegaba a encontrarme con ellos.
-Esto es la soledad- me decía y seguía mascando el camino pedregoso. Me dolía la cabeza y la sentía ardiente. No estaba enfermo. Solo que se atropellaban una a una las imágenes de la urbe, de mi vida en mi cabeza.
Comenzó a llover.
Corrí con fuerza, pateando piedras, esquivando los pequeños charcos que se creaban con rapidez, gastando todo el aire que se reunía en mis pulmones. Vivía. La lluvia me trajo la vida y ese sentimiento de hastío fue sepultado bajo un alud de bosques y flores, de lluvia y humedad. Vivía. Creo nunca haber tenido esa certeza antes, pero ahora se había aferrado a mi suelo y ya daba sus frutos en mi pecho antes árido. Entraba como sangre nueva esa agua que escurría del cielo y mi torrente sanguíneo se regocijaba ante la nueva vida.
Ese pensamiento se introdujo en mi piel mientras corría por los campos.
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Tuve esta epifanía huyendo de la lluvia, en Paihuen, cerca de Cabildo.

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