domingo, 17 de marzo de 2013

Bajar


Respiro, aquí tiene sentido el respirar. Hace rato que dejé el pueblo atrás y sólo me guía ese río que saluda como gritando. Subo, camino, sudo toda esa materia que me impedía seguir, doy grandes bocanadas de aire, las avispas chocan contra mi piel, no temo, sigo las huellas de otros desesperados que huyeron, pero no escapo de la basura que esta regada por la vía –hasta aquí llegan los humanos- digo en voz alta, pero no me canso, sigo, hasta que esos granos desaparezcan, camino, el río sigue rugiendo con más fuerza, el camino acaba, pero sigo subiendo, no quiero ver nada humano, la tierra pura tiene un ritmo que asusta, que desnuda por eso nos vestimos con concreto y creamos aquella música monótona pero perfectamente rítmica, sigo, pero ya no me alcanza el aliento y mis piernas se resienten, tiemblan al verse como mi único vehículo para la jornada, me tiendo y el dolor muscular deja su estampa, respiro, aquí tiene sentido hacerlo y me tiendo a dormir con el soundtrack de una naturaleza avasallante y duermo, por primera vez en meses, duermo sin la incertidumbre del despertar, duermo porque quiero, el dolor físico no es nada, despierto, no veo el sol, tengo hambre, como pan y decido volver aunque no quiera, la noche está por caer, supongo, emprendo la bajada, ahora mi cuerpo se queja, pero es más fácil y más difícil, bajar en línea recta y volver a donde “debo”, sigo, el río ejecuta una marcha en forma de despedida y ocurre, encuentro vida a mitad del camino, un pequeño perro, un cachorro, olisquea a otro perro muerto, supongo que a su hermano, gruñe de manera penosa –hasta los animales comprenden la muerte- el perro me mira y por un momento se siente amenazado, se acerca a olerme, me quedo estático, no porque quiera, algo me impide mover, lo hace y me aprueba con un ladrido y unos movimiento hiperquinéticos, yo sigo la bajada, me sigue, parece que me contara una historia secreta con sus ladridos mezcla de ingenuidad y una profunda madurez que sólo poseen los que han convivido con la muerte, me paro y pienso – y si me lo llevo conmigo- pero, como si una pequeña membrana tapara el escape de sangre de mi corazón en ebullición cediera y dejara escapar mi sangre en una fuga asesina mi vida entro en mí como un tsunami que se traga todo y caí de rodillas ante la ciudad que se tragaba al bosque, traje la ciudad en mi equipaje, no tengo casa, mi madre amante de la santería y congregaciones dilapida su tiempo siguiendo las diez reglas, pero las censura para su conveniencia, cada cierto tiempo me recalca que ese no es mi lugar, que debería irme de allí, que debería casarme, tener unos hijos que ella está dispuesta a criar con su displicencia de dos caras ya que ella fue una buena madre y lo predica con total soltura, quiere que tenga un trabajo que me implique el menor tiempo libre, que tenga deudas, que viva para pagar y pague para vivir, que la visite en familia para que pueda jactarse, que su nuera le ayude a cocinar y comenten los últimos avatares de los famosillos de turno, eso pide y lo hace patente en su cocina, en su comida incomible, en su trato despreciable y mi padre, mi padre, ausencia si lo reduzco a una sola palabra, en aquella casa no hay lugar para nadie- quiero llevarte perro, pero ¿dónde?¿por qué?- y unas extrañas gotas caen, ha empezado a llover y eso sirve para ocultar las lágrimas, no tengo futuro y nunca dejé atrás la ciudad, la traje conmigo aquí, perro, tú que lames mis manos bajo esta lluvia sientes mi dolor… me hace falta las caricias.




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Lo escribí si puntos aparte aunque, según las reglas, los tuviera. Algunas  vidas no tienen puntos. Algunas bajadas no tienen respiros...

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