A yo sé
que lo sabes:
Deseo que esto no signifique un dolor tan intenso, tan vivo, tan poco
deseable y, a la vez, deseo que este dolor suceda como una última
expiación a mis remordimientos. Deseo que este encuentro indirecto
se lleve a cabo, tú en tu casa, yo en la mía y que el artilugio
usado para abordarte sea esta carta, que seguramente nunca mandaré,
no por falso pudor, sino por la torpeza con las palabras que tiene
este escritor frustrados (una de esas es no poder evitar la palabra
“yo”), así que apresta tus oídos o simplemente calla y deja que
la transparencia sucia de estas tiernas palabras se coman tu alma.
Nací en un pueblo chico, en una fecha no muy lejana a la tuya, en
una cama de hospital público. Nací y cuando eso sucedió, sé que
algo microscópico se movió en mi interior y que tal vez una célula
o un átomo cayó de improviso al suelo sin que nadie lo advirtiera,
esa es la única explicación que tengo a este vacío intenso y
doloroso que tengo como aliado. Crecí a unos cuantos kilómetros de
ti, explicándome la vida con sencillas metáforas, observando muchas
horas a los insectos y leyendo novelas y revistas de aventuras. Creo
que mi infancia no fue muy diferente a la tuya, puede que yo haya
tenido más perros, pero sé que nuestro corazón se configuró de
manera similar, sé que viste en las nubes un escape a los apremios
de la normalidad, sé que viste en las noches de luna opaca un
destello extraño y familiar, sé que de una u otra forma me creabas
y yo a ti en los múltiples juegos infantiles.
Te vi un día, años después de que naciste en mis sueños, a esa
altura ya no me parecías nada nuevo, conocía todos tus chistes y
juegos, creo que a ti también te pasó lo mismo. Con el pasar de los
años tu figura creció a una velocidad insospechada, te veía tan
grande en mi horizonte, monstruosa, opacabas todo lo que en mi
despertaba algún entusiasmo, la poesía en ese tiempo fue mi
escondite perfecto, en versos de niño, con letra grande y redonda
(lo cual no ha cambiado mucho), donde hablaba de rosas, pájaros,
corazones y amor. Fueron los tiempos donde la palabra amor ocupaba un
espacio importante en mi vocabulario, central diría yo. Tú en esos
tiempos, esperabas mis cartas con ansias, apostabas por mi talento
con las palabras…fallaste. Me mirabas de reojo, lo recuerdo bien,
tres bancos adelante y uno a la izquierda era tu posición,
estratégica en el ámbito de lo que significa ser “matea” y vaya
que lo eras. Mientras que yo escribía y escribía intentando mejorar
la unión que tenía con las palabras.
Recuerdo nuestros primeros besos, a escondidas y con los ojos
cerrados, nos ocultábamos por el temor a ser despertados de nuestro
estado, era un dulce sueño ¿Verdad qué lo era? Pero todos crecemos
y las pequeñas cosas, las cosas que realmente nos hacen se olvidan,
se pierden, se pisan.
Perdimos el contacto unos años. Pero debo de decirte que ya no te
conozco, tus besos me sabían a urbanidad, a refinamiento, a todo lo
que odio, tus opiniones me saben a estancamiento, a ceguera y lo más
terrible, a ceguera voluntaria. Yo te seguí queriendo, sea lo que
esto signifique, pero no puedo luchar contra el mundo para salvarte
si ni siquiera puedo salvarme yo del vendaval que desato, de mis
relaciones frustradas, de mi estupidez. Perdóname por no salvarte
del mundo y su efecto, es demasiado tarde, ya eres una mujer hecha y
deshecha, tienes la vida asegurada. Yo guardaré en mi historia
aquellos besos infantiles tuyos para que tengas, cuando pasen los
años, un poco de humanidad a la cual aferrarte.
Cariños
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