martes, 25 de diciembre de 2012

Cosmoagonía

-La noche son solo tinieblas- me digo mientras me adorna el silencio. Paso a paso recorro estas calles sucias y apagadas de este pueblo. A lo lejos una sombra, pero nada más. No se ve ni un alma esta noche. Esta tarde caía un sol cobrizo sobre estas calles, como un azote de los dioses enojados por algo que no descubriremos y autos de toda especie recorrían su calle principal de paso. Pero ahora reina el silencio y el frío.
Yo seguía caminando. Mis pasos en la acera dibujaban una especie de latido, un ritmo, que inundaba mis oídos como una sinfonía inconclusa. -La noche son solo tinieblas- me digo mientras cruzo el puente. Miro hacia el río que fragmenta mi tierra. No corré nada por esta vena seca y cuando no hay sangre la muerte es lo único que queda. Tengo esta clase de pensamientos mientras los grillos entonan su serenata desesperada y las ranas chapotean asustándome.
-La noche es solo tinieblas- me decía. Caminaba hacia el cementerio ¿por qué al cementerio? pues bien, eso ni yo lo sabía. Creía que era una especie de necesidad que tienen los malos poetas de impregnarse de su futuro, del pasado. Pues: a todos nos ronda la muerte. Pero ni yo lo sabía muy bien. Solo caminaba. Creí que el caminar me daría alguna especie de respuesta. Pero yo no escuchaba nada.
Seguía caminando.El cementerio se encontraba en una pequeña colina casi al final del pueblo. Allí estaba esa ciudad con sus calles y plazas esperando por los idiotas borrachos de luna como yo. Llegué a la calle final. En línea recta se encontraba lo que andaba buscando. Trague un poco de saliva. Un espasmo recorrió mi espina y di unos pasos.
Llegó a los pies de una iglesia derruída. La observo con detenimiento. Frente a ella la plaza lúgubre que me cobijó en noches aún más espesas que ésta. Me siento. El tonelaje de años de fracasos me obligar a tomar aliento. Espero mientras la iglesia cruje apunto de ceder ante la gravedad. Allí está enterrado Manuel Rodriguez, dicen. Y, noche tras noche, sale a recorrer el pueblo descubriendo todos los secretos de sus habitantes. Quiere saberlo todo para no verse con un fusil en la espalda. Para no probar, una vez más,  la traición que, para él, solo tiene sabor a tierra. -Que sabio Don Manuel- susurro- Tener cuidado con la traición, pero para mí ya es demasiado tarde-.
Camino con más fuerza después de tomar aire. Antes de llegar al cementerio está mi ex-colegio. Lugar en el que pasé mi infancia jugando a la pelota en esas canchas polvorientas. Era un niño Alegre. En esos tiempos el mundo aún te dejaba conservar la alegría. Pero esos tiempos se deshicieron entre mis manos, esas fotos ya perdieron los colores, esos recuerdos ya se han convertido en nostalgia. Dañina nostalgia.
Las niñas decían que la estatua de la virgen tamaño natural que esta en los pasillos de la escuela por la noche cobraba vida y salía a vagar por las salar recolectando cualquier objeto olvidado por algún alumno cabeza de pollo. Lo hacía para mantenerse ocupada. Estar quieta los 365 días del año la enfermaba. La deprimía y tenía que evitar la depresión. Ahora miro a través de la reja, pero nada se mueve. La noche ha caído implacable sobre mí.
Paso bajo unos árboles. Sus sombras parecen figuras humanas danzantes al son del viento. Parecen colgados balanceándose ante los ojos de una audiencia clamorosa de muerte. Veo las ramas moverse y recuerdo los rumores de algunos suicidios en esa pequeña hermandad de bosque. Sí. Aquí alguien ha muerto. Un suicida. Su propia mano acabó con su estela de vida. Trago saliva. Los árboles me susurran en un dialecto ininteligible, pero yo lo distingo. Las sombras me hablan.
Acelero el paso. El pánico anida en mi pecho. Creo que la muerte me persigue, pero voy a su casa, al cementerio. Escucho pasos en todos lados. Mi corazón tribal no ha parado de mandar su mensaje de auxilio a cualquiera que lo escuche. Pero no pasa nada. Nadie viene. Todos los espectros de mi vida me dan vuelta la cabeza. Mientra me quiebro como un espejo al dar otro paso. Todo esta mal. Camino, corro, pero ahora escucho cadenas. Alguien arrastra cadenas. Miro hacia todos lado y nada. Estoy solo. Al frente la ciudad de los muertos. Estoy solo, pero me siguen las cadenas, ellas caminan conmigo. ¡¡las cadenas son mías!! estoy encadenado a mi realidad, nunca fui libre. Nunca lo seré.

Corro. Las cadenas siguen conmigo. No soy nada más que un esclavo.  

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